jueves, 10 de abril de 2014

LA SEPARACIÓN INTERIOR



LA SEPARACIÓN INTERIOR

   Samael Aun Weor:

Uno tiene que aprender a producir la separación del sí mismo, la separación de todas las cosas: aprender a no identificarse con los sucesos, con los acontecimientos, con los eventos, con las cosas. La identificación absorbe, le vampiriza a uno la conciencia y la sumerge más profundamente en el sueño. De manera que necesitamos que nuestra conciencia despierte, lo cual es posible haciendo la separación entre nosotros y las cosas; entre nosotros y los eventos o sueños.
En estado de alerta-percepción o de alerta-novedad, podemos verificar directamente que los defectos escondidos afloran espontáneamente. Es claro que cada defecto descubierto en el "gimnasio" de la vida práctica debe ser trabajado conscientemente, con el propósito de separarlo de nuestra psiquis. Si parados sobre una tabla deseamos levantarla para colocarla arrimada a una pared, se nos haría imposible esta labor mientras continuemos parados sobre ella. Obviamente, debemos empezar por separar la tabla de sí mismos, retirándonos de la misma, para luego levantar la tabla con nuestras manos y colocarla recostada al muro.
De manera similar, nosotros no debemos identificarnos con ningún "agregado psíquico", si es que en verdad deseamos separarlo de nuestra psiquis. Quien siempre se cree "uno", nunca será capaz de separarse de sus propios "elementos indeseables", pues considerará cada pensamiento, sentimiento, deseo, pasión, afecto, como funcionalismos diferentes e inmodificables de su propia naturaleza, y hasta se justificará diciendo que tales o cuales defectos personales "son de carácter hereditario". Mas, quien acepta la "doctrina de los muchos yoes", comprende a base de observación que cada deseo, cada pensamiento, acción, pasión, corresponde a éste u otro yo distinto, diferente.
Cualquier "atleta" de la auto-observación íntima trabaja muy seriamente dentro de sí mismo y se esfuerza por "apartar de su psiquis" los "elementos indeseables" que carga dentro. Si uno, de verdad y muy sinceramente, comienza a observarse internamente, resulta dividiéndose en dos: "observador" y "observado". Si tal división no se produjese, es evidente que nunca daríamos un paso adelante en la vía maravillosa del auto-conocimiento. ¿Cómo podríamos observarnos a sí mismos si cometiéramos el error de no querer dividirnos entre "observador" y "observado”?.
Indubitablemente, cuando esta división no sucede continuamos identificados con todos los procesos del "yo pluralizado". Quien se identifica con todos los procesos del "yo pluralizado" es siempre víctima de las circunstancias. ¿Cómo podría modificar circunstancias aquel que no se conoce a sí mismo? ¿Cómo podría conocerse a sí mismo quien nunca se ha observado internamente? ¿De qué manera podría alguien auto-observarse si no se divide en observador y observado? Ahora bien, nadie puede empezar a cambiar radicalmente, en tanto no sea capaz de decir, "Este deseo es un 'yo animal' que debo eliminar"; "Este pensamiento egoísta es otro 'yo' que me atormenta y que necesito desintegrar"; "Este sentimiento que hiere mi corazón es un 'yo intruso' que necesito reducir a polvareda cósmica".
Naturalmente, esto es imposible para quien nunca se ha dividido entre observador y observado. Quien toma todos sus procesos psicológicos como funcionalismos de un "yo" único, individual y permanente, se encuentra tan identificado con todos sus errores, los tiene tan unidos a sí mismo que ha perdido la capacidad para separarlos de su psiquis. Obviamente, personas así jamás pueden cambiar radicalmente; son gentes condenadas al más rotundo fracaso.