LA
PERSONALIDAD HUMANA
Un hombre nació en 1930, vivió sesenta y seis años y murió en 1996.
Pero, ¿dónde se encontraba antes de 1930 y dónde podrá estar después de
1996? La ciencia oficial nada sabe sobre todo esto. Esta es la formulación
general sobre todas las cuestiones que tienen que ver con la vida y la muerte.
Axiomáticamente, podemos afirmar que: el hombre muere porque su tiempo
termina. No existe ningún mañana para la personalidad del muerto. Cada día es
una onda del tiempo, cada mes es otra onda del tiempo, cada año es también otra
onda del tiempo, y todas estas ondas encadenadas en su conjunto constituyen la
gran onda de la vida. El tiempo es redondo y la vida de la personalidad
humana es una curva cerrada.
La vida de la personalidad humana nace en su tiempo, se desarrolla en
su tiempo y muere en su tiempo. Jamás puede existir más allá de su tiempo. Esto
del tiempo es un problema que ha sido estudiado por muchos sabios; fuera de
toda duda, el tiempo es "la cuarta dimensión". La geometría de
Euclides (de alto, ancho y profundidad o altura) sólo es aplicable al mundo
tridimensional, pero el mundo consta de siete dimensiones y la cuarta es el
tiempo.
La mente humana concibe la eternidad como la prolongación del tiempo en
línea recta. Nada puede estar más equivocado que este concepto, porque la
eternidad es la quinta dimensión (no la prolongación de la cuarta). Cada
momento de la existencia se sucede en el tiempo y se repite eternamente.
La muerte y la vida son dos extremos que se tocan: una vida termina
para el hombre que muere, pero empieza otra para el bebé que nace. Un tiempo
concluye, otro se inicia. La muerte se halla eternamente, íntimamente,
vinculada al eterno retorno. Esto quiere decir que tenemos que retornar,
regresar a este mundo después de muertos, para repetir el drama de la
existencia. Mas, si la personalidad humana perece con la muerte, ¿quién o
qué es lo que retorna?
Es necesario aclarar de una vez y para siempre que el yo es el que
continúa después de la muerte; el yo es quien retorna, el yo es quien
regresa a este "valle de lágrimas". Es necesario que nuestros
lectores no confundan la ley de retorno con la teoría de la reencarnación,
enseñada por la teosofía moderna. La citada teoría de la reencarnación tuvo su
origen en el culto de Krishna, una religión indostán de tipo védica,
desgraciadamente retocada y adulterada por los reformadores. En el culto
auténtico y original de Krishna, sólo los héroes, los guías, aquellos que ya
poseen "individualidad sagrada", reencarnan.
El "yo pluralizado" retorna, regresa, mas eso no es
reencarnación; las multitudes, las masas, retornan, pero eso no es
reencarnación. La idea del retorno de las cosas y los fenómenos, la idea de la
repetición eterna, es muy antigua y podemos encontrarla en la sabiduría
pitagórica y en la antigua cosmogonía indostánica. El "eterno
retorno" de los "días y noches de Brahama", la repetición
incesante de los "Kalpas", están invariablemente asociados, en forma
muy íntima, a la sabiduría y a las leyes de eterno retorno y recurrencia.
Gautama, el Buddha, también enseñó sabiamente la doctrina del eterno retorno y
la "rueda" de vidas sucesivas, pero su doctrina fue adulterada por
sus seguidores.
Desde luego, todo retorno implica la fabricación de una nueva
personalidad humana, que aproximadamente se forma durante los primeros siete
años de la infancia. El ambiente familiar, la vida de la calle y de la escuela
dan a la personalidad humana su tinte original característico. El ejemplo de
los mayores es definitivo en la formación de la personalidad infantil, pues el
niño o niña aprende más con el ejemplo que con el precepto. La forma
equivocada de vivir, el ejemplo absurdo, las costumbres degeneradas de los
mayores, por lo general dan a la personalidad del niño o niña el tinte
peculiar, escéptico y perverso, de la época en que vivimos.
En nuestros tiempos, el adulterio se ha vuelto "más común que la
papá y la cebolla" y, como es apenas lógico, esto origina escenas
dantescas dentro de los hogares. Son muchos los niños que por estos tiempos
tienen que soportar llenos de dolor y resentimiento los látigos del padrastro o
de la madrastra. Es claro que de esa forma la personalidad del niño o niña
se desarrolla dentro del marco del dolor, el rencor y el odio. Los
altercados entre el padre y la madre por cuestión de celos; el llanto y los
lamentos de la madre afligida o del marido oprimido, arruinado y desesperado,
dejan en la personalidad del infante una marca indeleble de profundo dolor y
melancolía, que jamás se olvida durante toda la vida.
El niño o niña que se ve obligado a presenciar todas las infamias de
los adultos se siente lastimado en lo más hondo, y el resultado suele ser
catastrófico para la personalidad infantil. Desde que se inventó la televisión,
se ha perdido la unidad de la familia. En los hogares modernos el padre, la
madre, los hijos y las hijas parecen autómatas inconscientes ante la pantalla
de televisión. Los niños levantados en este tipo de hogares ultramodernos
sólo piensan en cañones, pistolas y ametralladoras de juguete para imitar y
vivir a su modo todas las escenas dantescas del crimen, tal como las han visto
en la pantalla de televisión.
Es una lástima que este invento maravilloso de la televisión sea
utilizado con propósitos destructivos. Si la humanidad utilizara este invento
en forma dignificante, ya para estudiar las ciencias naturales, ya para enseñar
el verdadero arte regio de la Madre Natura, ya para dar sublimes enseñanzas a
las gentes, entonces sería una bendición para la humanidad, podría utilizarse
inteligentemente para cultivar la personalidad humana. Es a todas luces absurdo
nutrir la personalidad infantil con música arrítmica, inarmónica, vulgar. Es
estúpido nutrir la personalidad de los niños con cuentos de ladrones y
policías, escenas de vicio y prostitución, dramas de adulterio y pornografía.
El resultado de semejante proceder lo podemos ver en los "rebeldes sin
causa", en los asesinos y criminales prematuros.
Es lamentable que las madres azoten a sus niños y les insulten con
crueles y descompuestos vocablos. El resultado de semejante conducta es el
resentimiento, el odio y la pérdida del amor. En muchas ocasiones, los niños
levantados entre palos, látigos y gritos se convierten en personas vulgares,
llenas de patanerías y faltas de todo sentido de respeto y veneración.
Es urgente comprender la necesidad de establecer un verdadero
equilibrio dentro de los hogares; es indispensable saber que la dulzura y la
severidad deben equilibrarse mutuamente en los dos platillos de la balanza de
la justicia. El padre representa la severidad, la madre representa la
dulzura; el padre personifica la sabiduría, la madre simboliza el amor.
Sabiduría y amor, severidad y dulzura, se equilibran mutuamente en los dos
platillos de la balanza cósmica. Los padres y madres deben equilibrarse
mutuamente para el bien de los hogares.
Es urgente, es necesario, que los padres y madres comprendan la
necesidad de sembrar en la mente infantil los valores eternos del espíritu. Es
lamentable que los niños modernos ya no posean el sentido de veneración, esto
se debe a los cuentos de vaqueros, ladrones y policías. La televisión y el
cine han pervertido la mente de los niños.
La psicología revolucionaria del Movimiento Gnóstico, en forma clara y
precisa, hace una distinción de fondo entre el ego y la esencia. Durante los
primeros tres o cuatro años de vida, sólo se manifiesta en el niño la belleza
de la esencia. Entonces el niño es tierno, dulce, hermoso en todos sus aspectos
psicológicos. Cuando el ego comienza a controlar la tierna personalidad del
niño, toda esa belleza de la esencia va desapareciendo y en su lugar afloran
entonces los defectos psicológicos propios de todo ser humano.
Así como debemos hacer distinción entre ego y esencia, también es
necesario distinguir entre personalidad y esencia. El ser humano nace con la
esencia, mas no nace con la personalidad. Esta última es necesario crearla.
La personalidad y la esencia deben desarrollarse en forma armoniosa y equilibrada.
En la práctica hemos podido verificar que cuando la personalidad se desarrolla
exageradamente, a expensas de la esencia, el resultado es el bribón. La
observación y la experiencia de muchos años nos han permitido comprender que
cuando la esencia se desarrolla totalmente, sin atender en lo más mínimo al
cultivo armonioso de la personalidad, el resultado es el místico sin intelecto,
sin personalidad; noble de corazón pero inadaptable e incapaz.
El desarrollo armonioso de la personalidad y la esencia da como
resultado hombres y mujeres geniales. En la esencia tenemos todo lo que es
propio, en la personalidad todo lo que es prestado; en la esencia tenemos
cualidades innatas, en la personalidad tenemos el ejemplo de nuestros mayores,
lo que hemos aprendido en el hogar, en la escuela, en la calle.
Es urgente que los niños reciban alimento para la esencia y la
personalidad. La esencia se alimenta, entre otras cosas, con ternura, cariño
sin límites, amor, música, flores, armonía y belleza; la personalidad con el
ejemplo de los mayores, con la sabia enseñanza de la escuela e instrucciones
similares.
Es indispensable que los niños ingresen al "kinder garden" y
las primarias. Los niños deben aprender las primeras letras jugando, así el
estudio se hace para ellos atractivo, delicioso, feliz. La Educación
Fundamental enseña que desde el mismo "kinder" o jardín infantil,
debe atenderse en forma muy especial cada uno de los aspectos de la
personalidad humana, conocidos como pensamiento, movimiento y emoción. Así la
personalidad del niño se desarrolla en forma armoniosa y equilibrada. La
cuestión de la creación de la personalidad del niño o niña y su desarrollo es
de gravísima responsabilidad para padres de familia y maestros de escuela. La
calidad de la personalidad humana depende exclusivamente del tipo de material
psicológico con el cual fue creada y alimentada.
Alrededor de la personalidad, la esencia y el ego o yo existe entre los
estudiantes de psicología mucha confusión. Algunos confunden a la personalidad
con la esencia y otros confunden al ego o yo con la esencia. Además, son muchas
las escuelas pseudoesotéricas o pseudoocultistas que tienen como la meta de sus
estudios la vida impersonal. Es necesario aclarar que no es la personalidad lo
que tenemos que disolver. Es urgente saber que necesitamos desintegrar el ego,
el mí mismo, el yo, y reducirlo a polvareda cósmica.
La personalidad es tan solo un vehículo de acción, un vehículo que fue
necesario crear, fabricar. En el mundo existen Calígulas, Atílas, Hitleres,
pero todo tipo de personalidad, por perversa que haya sido, puede
transformarse radicalmente, si el ego o yo se disuelve en su totalidad.
Esto de la disolución del yo o del ego confunde y molesta a muchos
pseudoesoteristas, éstos están convencidos de que el ego es divino, de que el
ego es el ser o la mónada divina.
Es necesario, urgente e inaplazable comprender que el ego o yo nada
tiene de divino. El ego o yo es el Satán de la Biblia, manojo de recuerdos,
deseos, pasiones, odios, resentimientos, concupiscencias, adulterios, herencias
familiares, de razas y de naciones. Muchos afirman en forma estúpida que en
nosotros existe un yo superior o divino y un yo inferior. Superior e inferior
son siempre dos secciones de una misma cosa; yo superior y yo inferior son dos
secciones de un mismo ego.
El ser divinal, la monada, el íntimo, nada tiene que ver con ninguna
forma egóica. El ser es el ser y la razón de ser del ser es el mismo ser.
La personalidad en sí misma es sólo un vehículo, a través de ella puede manifestarse
el ego o el ser, todo depende de nosotros. Es urgente disolver el ego para que
solo se manifieste a través de nuestra personalidad la esencia psicológica de
nuestro verdadero ser. Es indispensable que los educadores comprendan
plenamente la necesidad de cultivar armoniosamente los tres aspectos de la
personalidad humana. Un perfecto equilibrio entre personalidad y esencia, un
desarrollo armonioso del pensamiento, la emoción y el movimiento, una ética
revolucionaria, constituyen los basamentos de la educación fundamental.
AnteriorSiguiente