jueves, 10 de abril de 2014

LA PERSONALIDAD HUMANA



LA PERSONALIDAD HUMANA

Un hombre nació en 1930, vivió sesenta y seis años y murió en 1996. Pero, ¿dónde se encontraba antes de 1930 y dónde podrá estar después de 1996? La ciencia oficial nada sabe sobre todo esto. Esta es la formulación general sobre todas las cuestiones que tienen que ver con la vida y la muerte.
Axiomáticamente, podemos afirmar que: el hombre muere porque su tiempo termina. No existe ningún mañana para la personalidad del muerto. Cada día es una onda del tiempo, cada mes es otra onda del tiempo, cada año es también otra onda del tiempo, y todas estas ondas encadenadas en su conjunto constituyen la gran onda de la vida. El tiempo es redondo y la vida de la personalidad humana es una curva cerrada.
La vida de la personalidad humana nace en su tiempo, se desarrolla en su tiempo y muere en su tiempo. Jamás puede existir más allá de su tiempo. Esto del tiempo es un problema que ha sido estudiado por muchos sabios; fuera de toda duda, el tiempo es "la cuarta dimensión". La geometría de Euclides (de alto, ancho y profundidad o altura) sólo es aplicable al mundo tridimensional, pero el mundo consta de siete dimensiones y la cuarta es el tiempo.
La mente humana concibe la eternidad como la prolongación del tiempo en línea recta. Nada puede estar más equivocado que este concepto, porque la eternidad es la quinta dimensión (no la prolongación de la cuarta). Cada momento de la existencia se sucede en el tiempo y se repite eternamente.
La muerte y la vida son dos extremos que se tocan: una vida termina para el hombre que muere, pero empieza otra para el bebé que nace. Un tiempo concluye, otro se inicia. La muerte se halla eternamente, íntimamente, vinculada al eterno retorno. Esto quiere decir que tenemos que retornar, regresar a este mundo después de muertos, para repetir el drama de la existencia. Mas, si la personalidad humana perece con la muerte, ¿quién o qué es lo que retorna?
Es necesario aclarar de una vez y para siempre que el yo es el que continúa después de la muerte; el yo es quien retorna, el yo es quien regresa a este "valle de lágrimas". Es necesario que nuestros lectores no confundan la ley de retorno con la teoría de la reencarnación, enseñada por la teosofía moderna. La citada teoría de la reencarnación tuvo su origen en el culto de Krishna, una religión indostán de tipo védica, desgraciadamente retocada y adulterada por los reformadores. En el culto auténtico y original de Krishna, sólo los héroes, los guías, aquellos que ya poseen "individualidad sagrada", reencarnan.
El "yo pluralizado" retorna, regresa, mas eso no es reencarnación; las multitudes, las masas, retornan, pero eso no es reencarnación. La idea del retorno de las cosas y los fenómenos, la idea de la repetición eterna, es muy antigua y podemos encontrarla en la sabiduría pitagórica y en la antigua cosmogonía indostánica. El "eterno retorno" de los "días y noches de Brahama", la repetición incesante de los "Kalpas", están invariablemente asociados, en forma muy íntima, a la sabiduría y a las leyes de eterno retorno y recurrencia. Gautama, el Buddha, también enseñó sabiamente la doctrina del eterno retorno y la "rueda" de vidas sucesivas, pero su doctrina fue adulterada por sus seguidores.
Desde luego, todo retorno implica la fabricación de una nueva personalidad humana, que aproximadamente se forma durante los primeros siete años de la infancia. El ambiente familiar, la vida de la calle y de la escuela dan a la personalidad humana su tinte original característico. El ejemplo de los mayores es definitivo en la formación de la personalidad infantil, pues el niño o niña aprende más con el ejemplo que con el precepto. La forma equivocada de vivir, el ejemplo absurdo, las costumbres degeneradas de los mayores, por lo general dan a la personalidad del niño o niña el tinte peculiar, escéptico y perverso, de la época en que vivimos.
En nuestros tiempos, el adulterio se ha vuelto "más común que la papá y la cebolla" y, como es apenas lógico, esto origina escenas dantescas dentro de los hogares. Son muchos los niños que por estos tiempos tienen que soportar llenos de dolor y resentimiento los látigos del padrastro o de la madrastra. Es claro que de esa forma la personalidad del niño o niña se desarrolla dentro del marco del dolor, el rencor y el odio. Los altercados entre el padre y la madre por cuestión de celos; el llanto y los lamentos de la madre afligida o del marido oprimido, arruinado y desesperado, dejan en la personalidad del infante una marca indeleble de profundo dolor y melancolía, que jamás se olvida durante toda la vida.
El niño o niña que se ve obligado a presenciar todas las infamias de los adultos se siente lastimado en lo más hondo, y el resultado suele ser catastrófico para la personalidad infantil. Desde que se inventó la televisión, se ha perdido la unidad de la familia. En los hogares modernos el padre, la madre, los hijos y las hijas parecen autómatas inconscientes ante la pantalla de televisión. Los niños levantados en este tipo de hogares ultramodernos sólo piensan en cañones, pistolas y ametralladoras de juguete para imitar y vivir a su modo todas las escenas dantescas del crimen, tal como las han visto en la pantalla de televisión.
Es una lástima que este invento maravilloso de la televisión sea utilizado con propósitos destructivos. Si la humanidad utilizara este invento en forma dignificante, ya para estudiar las ciencias naturales, ya para enseñar el verdadero arte regio de la Madre Natura, ya para dar sublimes enseñanzas a las gentes, entonces sería una bendición para la humanidad, podría utilizarse inteligentemente para cultivar la personalidad humana. Es a todas luces absurdo nutrir la personalidad infantil con música arrítmica, inarmónica, vulgar. Es estúpido nutrir la personalidad de los niños con cuentos de ladrones y policías, escenas de vicio y prostitución, dramas de adulterio y pornografía. El resultado de semejante proceder lo podemos ver en los "rebeldes sin causa", en los asesinos y criminales prematuros.
Es lamentable que las madres azoten a sus niños y les insulten con crueles y descompuestos vocablos. El resultado de semejante conducta es el resentimiento, el odio y la pérdida del amor. En muchas ocasiones, los niños levantados entre palos, látigos y gritos se convierten en personas vulgares, llenas de patanerías y faltas de todo sentido de respeto y veneración.
Es urgente comprender la necesidad de establecer un verdadero equilibrio dentro de los hogares; es indispensable saber que la dulzura y la severidad deben equilibrarse mutuamente en los dos platillos de la balanza de la justicia. El padre representa la severidad, la madre representa la dulzura; el padre personifica la sabiduría, la madre simboliza el amor. Sabiduría y amor, severidad y dulzura, se equilibran mutuamente en los dos platillos de la balanza cósmica. Los padres y madres deben equilibrarse mutuamente para el bien de los hogares.
Es urgente, es necesario, que los padres y madres comprendan la necesidad de sembrar en la mente infantil los valores eternos del espíritu. Es lamentable que los niños modernos ya no posean el sentido de veneración, esto se debe a los cuentos de vaqueros, ladrones y policías. La televisión y el cine han pervertido la mente de los niños.
La psicología revolucionaria del Movimiento Gnóstico, en forma clara y precisa, hace una distinción de fondo entre el ego y la esencia. Durante los primeros tres o cuatro años de vida, sólo se manifiesta en el niño la belleza de la esencia. Entonces el niño es tierno, dulce, hermoso en todos sus aspectos psicológicos. Cuando el ego comienza a controlar la tierna personalidad del niño, toda esa belleza de la esencia va desapareciendo y en su lugar afloran entonces los defectos psicológicos propios de todo ser humano.
Así como debemos hacer distinción entre ego y esencia, también es necesario distinguir entre personalidad y esencia. El ser humano nace con la esencia, mas no nace con la personalidad. Esta última es necesario crearla. La personalidad y la esencia deben desarrollarse en forma armoniosa y equilibrada. En la práctica hemos podido verificar que cuando la personalidad se desarrolla exageradamente, a expensas de la esencia, el resultado es el bribón. La observación y la experiencia de muchos años nos han permitido comprender que cuando la esencia se desarrolla totalmente, sin atender en lo más mínimo al cultivo armonioso de la personalidad, el resultado es el místico sin intelecto, sin personalidad; noble de corazón pero inadaptable e incapaz.
El desarrollo armonioso de la personalidad y la esencia da como resultado hombres y mujeres geniales. En la esencia tenemos todo lo que es propio, en la personalidad todo lo que es prestado; en la esencia tenemos cualidades innatas, en la personalidad tenemos el ejemplo de nuestros mayores, lo que hemos aprendido en el hogar, en la escuela, en la calle.
Es urgente que los niños reciban alimento para la esencia y la personalidad. La esencia se alimenta, entre otras cosas, con ternura, cariño sin límites, amor, música, flores, armonía y belleza; la personalidad con el ejemplo de los mayores, con la sabia enseñanza de la escuela e instrucciones similares.
Es indispensable que los niños ingresen al "kinder garden" y las primarias. Los niños deben aprender las primeras letras jugando, así el estudio se hace para ellos atractivo, delicioso, feliz. La Educación Fundamental enseña que desde el mismo "kinder" o jardín infantil, debe atenderse en forma muy especial cada uno de los aspectos de la personalidad humana, conocidos como pensamiento, movimiento y emoción. Así la personalidad del niño se desarrolla en forma armoniosa y equilibrada. La cuestión de la creación de la personalidad del niño o niña y su desarrollo es de gravísima responsabilidad para padres de familia y maestros de escuela. La calidad de la personalidad humana depende exclusivamente del tipo de material psicológico con el cual fue creada y alimentada.
Alrededor de la personalidad, la esencia y el ego o yo existe entre los estudiantes de psicología mucha confusión. Algunos confunden a la personalidad con la esencia y otros confunden al ego o yo con la esencia. Además, son muchas las escuelas pseudoesotéricas o pseudoocultistas que tienen como la meta de sus estudios la vida impersonal. Es necesario aclarar que no es la personalidad lo que tenemos que disolver. Es urgente saber que necesitamos desintegrar el ego, el mí mismo, el yo, y reducirlo a polvareda cósmica.
La personalidad es tan solo un vehículo de acción, un vehículo que fue necesario crear, fabricar. En el mundo existen Calígulas, Atílas, Hitleres, pero todo tipo de personalidad, por perversa que haya sido, puede transformarse radicalmente, si el ego o yo se disuelve en su totalidad. Esto de la disolución del yo o del ego confunde y molesta a muchos pseudoesoteristas, éstos están convencidos de que el ego es divino, de que el ego es el ser o la mónada divina.
Es necesario, urgente e inaplazable comprender que el ego o yo nada tiene de divino. El ego o yo es el Satán de la Biblia, manojo de recuerdos, deseos, pasiones, odios, resentimientos, concupiscencias, adulterios, herencias familiares, de razas y de naciones. Muchos afirman en forma estúpida que en nosotros existe un yo superior o divino y un yo inferior. Superior e inferior son siempre dos secciones de una misma cosa; yo superior y yo inferior son dos secciones de un mismo ego.
El ser divinal, la monada, el íntimo, nada tiene que ver con ninguna forma egóica. El ser es el ser y la razón de ser del ser es el mismo ser. La personalidad en sí misma es sólo un vehículo, a través de ella puede manifestarse el ego o el ser, todo depende de nosotros. Es urgente disolver el ego para que solo se manifieste a través de nuestra personalidad la esencia psicológica de nuestro verdadero ser. Es indispensable que los educadores comprendan plenamente la necesidad de cultivar armoniosamente los tres aspectos de la personalidad humana. Un perfecto equilibrio entre personalidad y esencia, un desarrollo armonioso del pensamiento, la emoción y el movimiento, una ética revolucionaria, constituyen los basamentos de la educación fundamental.
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